Había una vez un rey y una reina que se querían muchísimo,
fruto de ese amor salió una preciosa niña con rasgos delicados y exquisitos.
Tras un doloroso parto, la madre de dicha niña murió, no sin
antes hacerle prometer al rey que buscaría otra reina para que su hija tuviese una
madre. El rey, entre copiosas lágrimas, accedió a la última voluntad de su
mujer, quien se fue para siempre dejando solo su recuerdo y tres bonitos
regalos para su hija: una virgen de plata, un Cristo de oro y el anillo de sus
nupcias.
Es curioso cómo, día a día, nada cambia, pero cuando miras
atrás, todo es diferente.
Eso es lo que pasó en aquel lujoso castillo situado en las
afueras del pueblo. En una maravillosa ladera que se vestía de miles de colores
en primavera, y en invierno la cubría un frio y elegante manto blanco, cuando
todo el mundo se quiso dar cuenta, Eloísa que así es como se llamaba nuestra
protagonista se hizo mayor, su cuerpo se fue transformando en el de una
muchacha bien alimentada con largos cabellos tan negros como el azabache y unos
grandes y almendrados ojos tan verdes como dos luminosas esmeraldas.
Esa tarde, como tantas otras el rey subió a la torre más
alta del castillo para ver la puesta del sol y poder desahogar ese peso que
tanto le apretaba el corazón en forma de lágrimas. Pero esa tarde Eloísa jugaba
en los jardines del palacio, correteando de aquí para allá, cazando mariposas
para luego soltarlas y correr con ellas, columpiándose en una vieja y débil rama
de un árbol. Al verla desde ahí arriba el padre se dio cuenta de cuánto había crecido
su hija y que pronto estaría en edad casadera y que no había podido cumplir la última
voluntad de su amada esposa.
Es por eso que decidió que se debía casar antes
que su hija, para darla una madre que la pudiera ayudar y aconseja.
Pero los años no pasaron en balde para el triste rey, su
cara estaba surcada de grandes arrugas y su frente quebrada de tanto
lamentarse, sus ojos estaban caídos y su mirada desprendía angustia y
culpabilidad. Los pocos dientes que tenia estaban picados o negros, el resto yacían
en una triste y pequeña caja que parecía revelar la vejez del anciano. Por todo
esto la búsqueda de pretendientes se hizo terriblemente complicada, nadie
quería compartir su vida con un hombre melancólico, que se tiraba las tardes
llorando en una torre.
El rey desesperado ofreció en secreto una suma incalculable
de dinero a una mujer mala y estirada como ella sola. Su intención era robar
todo el oro al rey y a su pueblo para salir huyendo y dejarles a todos arruinados.
Lo peor de todo es que esto no era ningún secreto, todo el
mundo del reino parecía haberse dado cuenta… todo el mundo, excepto el rey que
estaba obsesionado con casarse y darle lo mejor a su joven hija.
Eloísa se sentía muy culpable, todo el reino se arruinaría incluido
su padre, pero él no escuchaba sus ruegos ni suplicas, así que propuso
encontrar una solución.
Pidió a su padre que antes de casarse se tomase un tiempo
para conocer a esa mujer, y que si después de ese tiempo él quería continuar
con el disparate de la boda, ella ni nadie se metería más.
El padre acepto, y Eloísa le dio el tiempo en que se
tardasen en confeccionar tres vestidos, pero no tres vestidos cualquiera. Uno
debía ser tan luciente como la luna, otro tan deslumbrante como el sol; y
por último uno que brillase como las estrellas. Ella pensó que eso llevaría
muchísimo tiempo al rey, y que él mismo se daría cuenta de que esa boda era una
desgracia para todos. Pero lamentablemente los vestidos estuvieron listos en poquísimo
tiempo.
- _ Realmente son unos vestidos maravillosos padre,
pero el verano acabará dentro de poco y necesitaré una capa para poder usarlos,
pero no una capa cualquiera, sino una que vaya acorde con la majestuosidad de
los vestidos.
El rey considerando necesario lo que se le pedía,
mandó elaborar la capa con tal variedad y calidad de tejidos que todos
los sastres y modistas quedaron admirados con la prenda que finalmente se
confeccionó.
Al recibir la capa la niña quedó abatida, pues su padre no había
cambiado de idea y ella no se podría entrometer más, pues había dado su
palabra.
La única solución que se le ocurrió fue huir, pues quizás si
ella desapareciese su padre no se casaría y no ocurriría ninguna desgracia.
Con lágrimas en los ojos, guardo sus tres vestidos, se puso
la capa sobre sus hombros y salió del castillo de madrugada.
Tras andar apresuradamente durante horas, con el miedo de
ser descubierta clavado en su espalda, llegó a un árbol hueco donde se metió a
descansar. Tan exhausta como estaba se quedó dormida.
Al día siguiente la despertaron las voces de dos cazadores
que la habían visto, ella se asustó y decidió no contestar a sus preguntas. Estos
la vieron tan desamparada que la llevaron al castillo de aquel nuevo reino para
darla asilo.
Con el tiempo Eloísa encajó perfectamente en la vida del palacio como ayudante
en la cocina.
Poco a poco la
princesita fue conociendo al príncipe del palacio a quien veía todas las noches
a la hora de la cena pues ella era la encargada de hacerle su sopa. Admiraba su
inteligencia y la justicia con la que trataba a sus súbditos.
Como el príncipe estaba en edad casadera, se organizaron en el reino grandes bailes para buscar esposa. Unos bailes que durarían tres noches.
La primera noche Eloísa consiguió escaparse de las cocinas, se vistió con su vestido tan luciente como la luna, y estuvo bailando con el príncipe toda la noche, pero cuando se aproximaba el momento en que cerraban los dormitorios de los sirvientes, Eloísa tuvo que desaparecer para no ser descubierta. El príncipe, aunque a todos preguntó por la chica que con él había estado bailando, nadie pudo dar razón de ella.
Como el príncipe estaba en edad casadera, se organizaron en el reino grandes bailes para buscar esposa. Unos bailes que durarían tres noches.
La primera noche Eloísa consiguió escaparse de las cocinas, se vistió con su vestido tan luciente como la luna, y estuvo bailando con el príncipe toda la noche, pero cuando se aproximaba el momento en que cerraban los dormitorios de los sirvientes, Eloísa tuvo que desaparecer para no ser descubierta. El príncipe, aunque a todos preguntó por la chica que con él había estado bailando, nadie pudo dar razón de ella.
A la hora de la cena, el príncipe estaba taciturno y casi no
probaba bocado. A duras penas se acabó la sopa y encontró al final del cazo,
una virgen de plata que le hizo recordar con una media sonrisa a la bella dama
que había bailado con él.
La segunda noche Eloísa apareció en el salón de baile con el
vestido que deslumbraba como el sol. El príncipe no se separó de ella en toda
la noche, no paraba de preguntarla cosas, pero Eloísa no podía contestar todas,
por lo que al príncipe le pareció una chica misteriosa y tan diferente de todas
las demás que no quería alejarse de ella, sentía una tremenda curiosidad.
Nuevamente Eloísa tuvo que salir corriendo hacia las cocinas a la misma hora
que la noche anterior.
A la hora de la cena, el príncipe volvió a estar triste e
intrigado por la desaparición de su amada. Al terminar la sopa se encontró un Cristo
de oro cuyo resplandor le trajo dulces y bonitos recuerdos sobre la noche
anterior.
La ultima y tercera noche se puso su vestido tan brillante
como las estrellas, y el príncipe cayó rendido ante su belleza, su sentido del
humor, su risa contagiosa y ante la magia que rebosaba su mirada, pero como siempre
ella tuvo que irse.
A la hora de la cena, el príncipe encontró dentro de su cazo
un anillo reluciente como los diamantes y sin dudarlo fue en busca de la
cocinera.
Eloísa se encontraba limpiando unas sartenes con mucho
cuidado de no manchar su estupendo vestido, que como no le había dado tiempo a
cambiarse lo tuvo que esconder bajo su capa.
El príncipe entró en el establecimiento y cuando sus miradas
se cruzaron ambos se quedaron petrificados, paralizados. Hasta que el príncipe,
tragando saliva le quitó suavemente la capa dejando al descubierto su brillante
vestido y dijo:
-
Espero que este anillo signifique lo mismo para
ti, que para mí el que tu llevas puesto.
La muchacha miró su mano y vio un anillo que el príncipe le
había colocado durante el baile sin que ella se diese cuenta.
-
¿Cómo averiguaste que era yo?
-
Siempre lo supe, desde la primera vez que
entraste en mi castillo y nuestras miradas se chocaron. Dime ¿querrás compartir
tu vida conmigo?
- _ Cada día.
Vivieron felices para siempre, amándose hasta el último día
de la vida de ambos, cuando sus corazones dejaron de latir a la vez.
Quien sabe donde estarán ahora pero seguro que juntos.
FIN.
Perfecto... y, además, en tu adaptación no se maltrata a ningún animal... :)
ResponderEliminarTe anoto la otra como voluntaria.
ResponderEliminarHolaaaaaaaaa :) soy un niño felis
ResponderEliminarHolaaaaaaaaa :) soy un niño felis
ResponderEliminar