lunes, 7 de mayo de 2012

Adaptación del cuento toda clase de pieles.



Había una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, en la época en la que todavía había grandes castillos habitados por poderosos reyes, donde todavía vivían dragones y criaturas mágicas, sucedió la historia que os voy a contar:


El día no había nacido aún, y en la penumbra se distinguía, a duras penas, una pobre y pequeña casita. La claridad de la lumbre del hogar se adivinaba a través de sus estrechas ventanas, como ojos medio dormidos de un triste animal. Parecía estar llorando, pues se oía un llanto agudo e interminable. Pero los sollozos eran reales. En un rincón de aquella casa lloraba desconsoladamente una hambrienta niña, mientras su padrastro, borracho de cerveza, la gritaba, diciéndole que se callara de una vez.


Esa niña tenía por nombre Eloísa. La negrura de su pelo color azabache hacía resaltar, aun más, su dulce mirada violeta. Su elegante caminar, sus delicados modales, su voz suave y aterciopelada hacían que nunca su presencia pasara desapercibida. 
Pero si había algo que atraía la atención de cualquiera que la viera, era sin duda, una característica que la distinguía de todas las niñas de su edad. En efecto, de su espalda nacían dos amplias y delicadas alas, que al batirse desplazaban a la niña por el aire, dejando tras de sí un haz luminoso con todos los colores del arco iris y con poderes mágicos que más adelante os contaré.


Antes de nada, todos los lectores de este cuento deberíais saber que en el reino en el que sucedió la historia que os estoy contando había millones de tipos de hadas, las había del tamaño de un botón que resplandecían como las estrellas ,y que podían atravesar volando por el agujero de una cerradura; había también hadas tan grandes como gigantes que podían hacer que se hiciera de noche en el castillo y sus alrededores con solo ponerse delante del sol; las había tan feas que asustaban hasta los guerreros más fornidos; y tan hermosas que prendaban a todo aquel que las mirase.


Pero nuestra protagonista no pertenecía a ninguno de estos grupos, pertenecía a una familia de hadas que eran exactamente igual que los humanos pero con dos poderes que las convertían en seres extraordinarios y muy codiciados: podían conceder todos los deseos a quienes tuviesen a su alrededor y tenían unas enormes y preciosas alas de mariposa que al volar en circulo sobre algún lugar formaba una barrera multicolor imposible de penetrar.


Pocos sabían que la madre de Eloísa provenía de este último tipo de hadas  y que fue capturada por un malvado rey en el pasado, para tener en su posesión todos los deseos del mundo. Ella consiguió huir y traspasó su poder a su hija. El secreto quedó oculto hasta que el padrastro de la niña lo reveló.
Eloísa heredó de su madre un anillo que había pertenecido a la familia muchos siglos atrás. Aparentemente era un simple aro, pero, en realidad, era un  poderoso artilugio que al cambiárselo de dedo eliminaba el poder de conceder deseos y hacía desaparecer las alas que cubrían su espalda.


Los años pasaron y su padrastro era la única persona que le quedaba en el mundo. Hay que decir que era un hombre egoísta y malhumorado. Él guardó el secreto de su identidad por interés, pues eran muchos los deseos que su hija le concedía.


Un día cayó una terrible helada en el pueblo y todos los frutos de la huerta se estropearon. El padrastro desesperado pidió a su hija que echase el tiempo para atrás, pero la niña no accedió a sus deseos. Le dijo que había que tratar de buscar otra solución, pues echar el tiempo para atrás puede tener consecuencias desastrosas.


El padrastro enfadado, decidió entregarla al rey a cambio de un montón de monedas de oro. Eloísa intentó hacerle cambiar de idea pero todo fue inútil. Después de suplicarle durante toda la noche; el malvado padrastro la dejó en la puerta del castillo y se marchó.


Ese castillo estaba regentado por el rey Rutos, que resultó ser un hombre tan ambicioso que inmediatamente ordenó encerrar  a Eloísa en la torre más alta del castillo. Dispuso, a continuación, todo lo necesario para casarse con ella. De esa forma, pretendía asegurarse de que todos sus deseos serían cumplidos. Eloísa quedó paralizada sin saber cómo reaccionar. En ese momento, para ganar tiempo, pidió, como dote, tres vestidos.


No eran esos unos vestidos cualquiera. Uno debía ser tan luciente como la luna, otro tan deslumbrante como el sol;  y por último uno que brillase como las estrellas. Ella pensó que eso llevaría muchísimo tiempo al rey, y que podría encontrar la forma de escaparse, pero para su sorpresa los vestidos estuvieron listos en poquísimo tiempo.


-        Realmente son unos vestidos maravillosos pero con ellos no puedo conceder todos los deseos que me solicitéis. Necesito una capa que sea igual de luminosa y me permita desarrollar toda mi magia.


El rey considerando necesario lo que se le pedía,  mandó elaborar la capa con tal variedad y calidad de tejidos que todos los sastres y modistas quedaron admirados con la prenda que finalmente se confeccionó.


Al recibir su cuarto regalo, la niña quedó abatida pues no se le ocurría nada para salir de su encierro y evitar la boda. La capa era tan larga que los sirvientes, sin darse cuenta, la dejaron pillada por la puerta y esta quedó entreabierta. Eloísa se acercó con sigilo hacia la salida. Allí pudo oír como los vigilantes comentaban que la boda se celebraría dentro de pocas horas, cuando naciera un nuevo día. Por una rendija pudo ver que cuatro soldados, armados hasta las pestañas, estaban sobre un descansillo circular alumbrados por  varios ventanales cerrados por fuertes rejas de hierro. Pero no, uno de ellos no tenía reja, pues estaba apoya contra la pared que había debajo del ventanal.


Sin dudarlo, cambió rápidamente el anillo de dedo. Rápidamente las alas brotaron de su espalda, y como una exhalación, dio un brinco y volando por encima de los cuatro guardianes, se encaramó al ventanal. No pudo salir, pues uno de los soldados sujetaba y tiraba con fuerza de la bolsa en la que la niña llevaba los vestidos y la capa. Después de varios forcejeos que levantaban al soldado del suelo con las fuerzas de sus poderosas alas, éste no tuvo más remedio que soltar la bolsa, pues se estrelló contra el lateral del ventanal y aterrizó con grandes alaridos sobre el descansillo en el que antes había estado charlando tranquilamente con sus compañeros. Sin el lastre del soldado, la niña salió volando del castillo, y, en poco tiempo, éste no era sino una pequeña mancha que se divisaba desde el cielo.


 Tras agotadoras horas de vuelo, pues soplaba un viento huracanado que dificultaba su huida, finalmente, cayó rendida en una explanada, no sin antes volver a cambiar su anillo de dedo.


 Tan exhausta como estaba no advirtió que dos cazadores se acercaban a gran velocidad.


-        Oh! Pero si es una joven, juraría que había visto una gran águila pero ¡me habré equivocado!


Los cazadores la vieron tan desamparada que la llevaron al castillo de aquel nuevo reino para darla asilo.
Con el tiempo Eloísa encajó perfectamente en la vida del palacio, trabajaba como ayudante en la cocina y nadie advirtió los extraordinarios poderes de la niña.


Poco a poco, nuestra hada fue conociendo al príncipe del palacio a quien veía todas las noches a la hora de la cena pues ella era la encargada de hacerle su sopa. Admiraba su inteligencia y la justicia con la que trataba a sus súbditos.


Como el príncipe estaba en edad casadera, se organizaron en el reino grandes bailes para buscar esposa. Unos bailes que durarían tres noches.


La primera noche Eloísa consiguió escaparse de las cocinas, se vistió con su vestido tan luciente como la luna, y estuvo bailando con el príncipe toda la noche, pero cuando se aproximaba el momento en que cerraban los dormitorios de los sirvientes, Eloísa tuvo que desaparecer para no ser descubierta. El príncipe, aunque a todos preguntó por la chica que con él había estado bailando, nadie pudo dar razón de ella.


A la hora de la cena, el príncipe estaba taciturno y casi no probaba bocado. Solo llamó su atención un extraño resplandor plateado que brillaba en sus manos. No descubrió que ese brillo provenía de pequeñas partículas de plata del vestido de Eloísa que se habían quedado adheridas a sus manos en el baile.


La segunda noche Eloísa apareció en el salón de baile con el vestido que deslumbraba como el sol. El príncipe no se separó de ella en toda la noche, no paraba de preguntarla cosas, pero Eloísa no podía contestar todas, por lo que al príncipe le pareció una chica misteriosa y tan diferente de todas las demás que no quería alejarse de ella, sentía una tremenda curiosidad. Nuevamente Eloísa tuvo que salir corriendo hacia las cocinas a la misma hora que la noche anterior.


A la hora de la cena, el príncipe volvió a estar triste e intrigado por la desaparición de su amada. Tampoco comió casi nada esa noche. Absorto miró durante mucho tiempo, sin entender la causa, el resplandor dorado que se desprendían las palmas de sus manos.


La ultima y tercera noche se puso su vestido tan brillante como las estrellas y el príncipe cayó rendido ante su belleza, su sentido del humor, su risa contagiosa y ante la magia que rebosaba su mirada, pero como siempre ella tuvo que irse.


A la hora de la cena, el príncipe miraba el refulgir diamantino de sus manos, y recordó que ese mismo brillo ya lo había visto relucir en las manos de la cocinera; quien, con dulce mirada, le ofrecía cada noche la sopa. Recordó el brillo plateado de sus manos la primera noche, el dorado de la segunda, y, el color del diamante de la última noche. Ahora, al entender el mensaje que le había enviado la cocinera, al mostrarle deliberadamente el brillo de sus manos, la buscó por todas partes, pero no había rastro de ella en todo el castillo.


Eloísa volaba desconsolada pues entendía que su historia de amor había sido una mera ilusión y debía desaparecer cuando antes. En lo alto brillaban intensamente todas las estrellas del firmamento. Las copiosas lágrimas que caían de los ojos de Eloísa se precipitaban sobre el oscuro abismo. Era de noche, la luna aun no había salido, y abajo sólo se sentía la triste oscuridad que todo lo envolvía. 


De pronto, surgieron una multitud de puntos luminosos. Pensó que quizá estuviera sobrevolando algún lago, y lo que veía allá abajo no eran sino los reflejos de las estrellas que brillaban en el cielo. Pero no, esas luces venían acompañadas del redoblar de tambores. Descendió en un vuelo vertiginoso, hasta que estuvo tan cerca que pudo reconocer al ejército del rey Rutos, que se dirigía, sin duda, a invadir el castillo de su amado.


Después de varias horas volando, comprendió que debía hacer avisar al príncipe de la inminente invasión. Cuando divisó nuevamente al ejército invasor, éste ya tenía asediado al castillo. Las bolas de fuego salían a gran velocidad de las catapultas y se estrellaban sobre la muralla, y ya la tenía destrozada con numerosos boquetes por donde podía entrar el ejército Rutos.


Cuando éste se disponía a lanzar el ataque final, Eloísa sobrevoló el castillo del príncipe, describiendo un círculo sobre él. Se formó una infranqueable barrera sobre la que se estrellaba, una y otra vez el ejército invasor, sin poder atravesar el círculo protector.


Las personas del interior del castillo quedaron maravilladas, y hacia Eloísa acudieron todos dándoles muestras de agradecimiento. También el príncipe corrió a reencontrarse con ella y la confeso el gran amor que sentía y que no quería que nunca se alejase de su lado.


tres meses después se celebraron las nupcias y fueron felices para siempre.



3 comentarios:

  1. La verdad es que es un cuento precioso pero, como hablamos en clase, es más una historia inspirada en Toda clase de pieles que una adptación de esta. Te pongo un bien. Si al final te da tiempo a hacer otra, te anotaré esta como voluntaria.

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  2. Me gusta, me gusta mucho. Como ya te escribí en un cuaderno hace años, tienes una fantástica imaginación. Tu creatividad es uno de tus valores. Échale leña a ese fuego para que no se apague. por cierto lo de "La claridad de la lumbre del hogar se adivinaba a través de sus estrechas ventanas, como ojos medio dormidos de un triste animal", me ha encantado.
    Julia

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  3. Ese cuaderno tan bonito que todavía conservo, por supuesto.
    Muchas gracias!!!!! ;)

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